A veces las catástrofes se ven venir, pero en ocasiones es difícil imaginar que el tamaño de la tragedia va a ser tan colosal. Cowboy Bebop -la original- es una serie especial que 23 años después de su estreno sigue fresca y lozana. Una mezcla de cine negro y ciencia ficción, unos cazarrecompensas que tienen tan poco éxito en el negocio de cazar recompensas como en huir de su turbulento pasado. Una serie llena de humor, pero con una capa de melancolía y tristeza que lo empapa todo y se va haciendo cada vez más y más grande. Una historia no muy compleja, pero que sabe jugar sus cartas para pegar y pegar fuerte. Adaptarla a imagen real era un reto y que este cayese en manos de Netflix y ese filtro de instagramero cutre que imbuye en las producciones propias en los últimos años era mala señal. Pero toda catastrófica predicción -incluso una vez se vieron las muy poco prometedoras primeras imágenes- se queda pequeña ante el producto final, cuyo único valor es destacar más si cabe la obra maestra original.
En un primer momento, la versión de Netflix Cowboy Bebop puede parecer una adaptación pobre, hecha con cuatro duros, pero que quizá, tal vez, a lo mejor puede entretener un rato. Esa esperanza desaparece pronto, ante el seguido de efectos especiales cutres que parecen salidos de un videojuego de 1997, diálogos con un humor Marvel de marca blanca, unas actuaciones inenarrables y un guión que parece que todo su objetivo sea reducir todo lo que hacía especial a la serie original a un polvillo fino, de esos que molesta tanto cuando se te mete en el ojo porque no hay forma de sacarlo.
#Session 1: Jump the Shark Funk

Llega un punto donde uno se plantea si originalmente esta serie iba a ser Cowboy Bebop. Si es posible que fuese un proyecto que llegase a Netflix, más parecido a Firefly que a Bebop, y un ejecutivo les dijese “aquí tenéis la licencia de Cowboy Bebop, tenéis un mes para ponerle un skin a vuestro proyecto y a grabar”. Esto explicaría, además, por qué los actores parece que se han leído sus frases tres minutos antes y no tienen ni idea del contexto de la historia.
Siendo muy generosos, la serie cruza el punto de no retorno en el capítulo 3 -el salto del tiburón más rápido de la historia-, cuando meten a Jet en una subtrama en la que quiere comprar a su hija (sí, aquí tiene una hija) una muñeca que está completamente agotada. Si crees que este resumen se parece mucho a la historia de Un padre en apuros (aquella comedia infantil de Schwarzenegger de 1996) es porque es exactamente la misma. Cowboy Bebop es un tren desbocado y sin frenos de la vergüenza ajena con estética de trabajo universitario. Si hubiera que ponerle un título siguiendo el estilo de los capítulos la serie, en la que hacen alguna referencia a un género musical, sería sin duda The Cringe Samba.
En una adaptación es necesario -e incluso exigible- que se hagan cambios. Especialmente en una como Cowboy Bebop, en la que el material original sigue perfectamente vigente y la única justificación de esta nueva versión es aportar algo nuevo. Pero sorprende la diligencia con la que toda la decisión creativa empeora, hace menos interesante, más aburrido, más tópico y menos poderoso el material original. Incluso logran que la magistral banda sonora de Yokko Kanno suene fuera de lugar.
#Session 2: The Apoplexy Acting Rhapsody

Probablemente, el primer y más grande de la larga lista de tiros en el pie que orgullosamente se pega esta serie sea la decisión de abandonar la estructura autoconclusiva de la mayoría de episodios y serializarlo, atándolo a una historia principal que originalmente únicamente ocupa tres capítulos (dos dobles). Las primeras víctimas de esto son los personajes de Vicious y de Julia, dos personajes que a pesar de flotar permanentemente sobre Spike y explicar esa especie de nihilismo melancólico con la que actúa permanentemente. En la serie original apenas aparecen en tres episodios -Julia solo en uno-, haciendo que sean dos personajes que funcionan más por mística que por desarrollo. Pero cómo funcionan. En la versión de Netflix, esta mística desaparece de forma automática por el hecho de que salen en los 10 episodios. Pero además las -por decirlo de forma suave- estrafalarias decisiones de guión y una abismal actuación de Elena Satine y muy especialmente de Alex Hassel -el festival de caretos que pone a lo largo de la serie es de alguien a quien le está dando una apoplejía chunga-, que parecen haber recibido clases de actuación de Tommy Wiseau los convierten en otra rubia aleatoria y en un niño de papá con algún tipo de deficiencia intelectual.
El resto del reparto principal no le va mucho mejor. La serie se empeña en mostrarnos a John Cho haciendo cosas molonas como encenderse cigarrillos o quitarse gafas de sol como si fuese un tío cool y no un tipo con el carisma de un langostino. Mustafa Shekir destacaría por lo mal que actúa incluso si fuese un extra en la obra de teatro de Navidad de la clase de las Mariposas y Daniella Pineda y su Faye Valentine son absolutamente irrelevantes. Los tres intentan hacer ver que son mejores amiguis a pesar de tener menos química que una rueda de camión, un piano de cola y una aceituna. El mejor actor, al final, el perrete que hace de Ein.
#Session 3: Garbage Blues

Es posible que ese polvillo fino en el que han convertido la esencia de la serie original, al posarse sobre el zurullo reseco que es esta versión, sea suficiente para encandilar a las masas que se tragan estas producciones de Netflix como si fuesen Donettes. Al fin y al cabo, ese polvillo es polvillo de oro y diamantes. Pero los fans de la serie original se engancharán a una morbosa montaña rusa que es querer saber cuál será la siguiente catastrófica decisión. Porque eso acaba enganchándote, como una droga que no te gusta, pero que necesitas en tus venas. El único aspecto redentor de esta serie es que no tiene aspecto redentor alguno. Y eso, aunque sea por puro asombro, hace que no puedas parar de verla.
Por suerte, siempre quedará la serie original, también disponible en Netflix. Y eso, eso es un clásico. Un clásico que los guionistas del remake harían bien de ver.
EPÍLOGO CON SPOILERS:
Me pasé casi toda la serie pensando “al menos no han convertido a Julia en una femme fatale de andar por casa”. Con el giro final me caí del sofá. Si el resto de la serie no hubiera sido una catástrofe tan descomunal, podría pensar que deja la historia en un lugar curioso de la que puede salir unas tramas interesantes. Pero todos sabemos que no es así.
You are gonna carry that weight…